lunes, 4 de abril de 2011

La Verdad Ajena

¿De qué sirve hablarle a una persona que quiere ser sorda? Mejor es hacerlo con alguien realmente sorda pero que si quiera captar el mensaje. ¿Por qué quieren ser sordas las personas? ¿Porque les aterra descubrir la verdad aun cuando lo que se le esté diciendo no sea una hecho? ¿Por la simpleza de ser arrogante y rechazar conocimientos más estudiados? ¿Pero, de qué sirve asentir ante una verdad ajena? 
Es difícil decidir lo que quieres perseguir, pero dentro del objetivo están las tangentes, que no son más que ideologías adversas ante conocimientos adquiridos. La importancia o relevancia es subjetiva. La aceptación o negación es subjetiva. El descartar o dudar algo es, sobre todo, muy subjetivo. ¿De qué depende? ¿De la cultura? ¿Educación? ¿Ganas de aprender? ¿Orgullo? ¿Apatía? ¿Nomadismo? ¿Experiencia? ¿Bohemia?
Estamos en este mundo para hacer algo relevante, importante y trascendente, aún si la misión es darle una palmada al joven que será el próximo Simón Bolívar o cualquier otro personaje emprendedor del mundo, ¿Qué sabemos si esa “palmada” fue el incentivo necesario para esa persona; si fue la luz verde; si fue lo estrictamente necesario y determinante? No lo sabemos, no lo sabremos ni lo sabrán.
Podemos resignarnos o aceptarnos. Depende de cada quien. Podemos resignar hechos sin apoyo, o podemos aceptarlos con la esperanza optimista. La historia nos trae recuerdos de personas que se resignaron ante su situación y otras que la aceptaron, en su actitud social y moral se vio la gran diferencia que las dos conllevan en el ser humano.
Una es señal de impotencia y otra de fe. No importando de cuál sea el tema que se trate (religión, política, cultura, psicología y sus patrones de conducta), todo en su totalidad es una verdad ajena, que ¿Resignaremos? O ¿Aceptaremos?, ¿Debemos decir que es relativo y quedarnos con la duda?

Todos son igual a uno y uno es igual a todos (típica frase de los tres mosqueteros, tan real como optimista) entonces, tendríamos que observar nuestros iguales para magnificar nuestro conocimiento social. Cada quien con diferentes pensamientos, cada quien en su mundo, cada quien pendiente de sus asuntos y aún así, con duda, decimos que estamos conectados.   ¿Conectados? ¿Por una ley de la física o química? ¿Por una ley superior? ¿Por la razón de haberlo escuchado o leído de algún científico reconocido?
Sigue siendo subjetivo, pero, si todos somos uno, ¿Por qué desconocemos la verdad ajena? Porque es, exclusivamente, ajena, y en eso se basa el mundo social. Esto aumenta el misterio comunal. Esto intensifica la calidad de vida. Esto hace fluir lo interesante en las venas comunicativas. 
No saber qué piensan los demás es divertido. Tratar de descubrirlo es más divertido. Pero de algo si hay que estar al tanto: así como los coacervados evolucionaron, la gente cambia. Las ideologías cambian, yo cambio y tú cambias. Y esa configuración es aún más divertida.
Sin duda los momentos se marcan por puntos culminantes: algo que acabes de leer, algo que acabes de escuchar, algo que acabes de descubrir, algo que acabes de escribir, algo que acabes de pensar. Momentos que cambian tu vida y le dan punto final a la vieja y punto de partida a la nueva. Así es la verdad ajena: marca y revive.    

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